viernes, 23 de octubre de 2009

Siempre la esperanza


A veces los momentos tristes se hacen poesía que puede ser compartida, siempre en la noche de la vida queda una esperanza. Nuestro ser se desarrolla entre partidas y despedidas permanentes. Somos engendrados en un vientre que debemos dejar en nueve meses y lloramos al dejarlo aunque un mundo más humano nos espere. La muerte de nuestros seres amados, los amores amados e imposibles, la soledad en que nos encontramos a veces y otras tantas vicisitudes nos hacen permanentemente sacar el pañuelo de las despedidas y estrechar la mano en nuevos encuentros. Sin embargo, los nuevos encuentros deberán ser en algún momento nuevas despedidas. Recuerdo con fuerza el momento en que llevábamos a mi padre hacia el hospital la última vez y cómo presintiendo que no volvería a la casa que construyó él mismo, le tiró un beso para despedirse de ella. Fue su último adiós a su casa en la que vivió tan feliz junto a mi madre, en la que nacimos nosotros, la que lo vio vivir una vida plena. Él partió hacia un viaje que, más temprano que tarde, deberemos transitar nosotros.
Comparto con ustedes un soneto que expresa algunas cosas que tiene que ver con esto.


Han pasado semanas y pasarán años sin que estés aquí,
Han pasado los tiempos y envolverán las sábanas duro porvenir.
Los medios se llenan de entonadas palabras,
los tugurios enseñan virtud en un pasquín, todo te recuerda...



La caja boba no alcanza, ¿Está tan cerca el principio del fin?
No hay melancolías que expresen los tonos lúgubres que hay en el jardín,
la casa vacía, la ropa que cuelga ahorcada de una percha,
sin cuerpo que la llene, solo aire que no huele a jazmín.



En la noche cerrada ya no quedan luces, las sombras, las nubes, el viento,
Todo tapa, las estrellas hermosas que brillaron allí,
Todo, absolutamente todo se ha ido... no está...



Mas no todo es triste, siempre una luz queda encendida y ardiendo,
La misma está dentro, aunque escondida profunda,
y arde con nostalgia esperando salir.



Gracias amigos del blog, por compartir conmigo estas cosas.

sábado, 10 de octubre de 2009

Un inicio y camino motivador para la Filosofía: comenzarla y transitarla desde los afectos


Hace muy poco tiempo en un colegio de enseñanza media pregunté ¿cuánto hacía que no miraban el cielo estrellado, o se detenían a admirar la naturaleza que los rodeaba? Para mi sorpresa la contestación fue una exclamación: - ¡Uh! ¡Muchísimo tiempo! Nuestros niños y jóvenes tienen contacto con la naturaleza, realizan deportes, salen de noche; pero no consideran importante detenerse a mirar el cielo, ni la naturaleza que los rodea. Para ellos no es una fuente desde donde comenzar a pensar profundamente.

¿Cómo despertar el interés por la filosofía como disciplina de estudio en nuestros niños y jóvenes? ¿Cómo lograr que el estudio sistemático de la filosofía no sea visto como la especialidad de unos locos sino de algo que sea necesario y significativo para la vida? De hecho nuestros niños y jóvenes no pueden dejar de filosofar como no pueden dejar de usar el lenguaje y las matemáticas aunque no estudien estas disciplinas científicas de modo sistemático. Nuestro ser latinoamericano puede ayudarnos a esbozar una respuesta. Teniendo en cuenta la prevalencia afectiva que tiene nuestra raigambre latina proponemos una filosofía que comience, se desarrolle y culmine en los afectos, tal como desarrollamos en nuestra tesis doctoral[1].

Nuestros niños y jóvenes llegan cada día al colegio con cargas afectivas muy fuertes e importantes, con experiencias buenas y malas que posibilitan una reflexión desde la sistematicidad filosófica. La irrupción del “otro”, tal como es, tal como se encuentra, una irrupción que transforma nuestro “yo” en un “nosotros”. En los filósofos antiguos la mirada inicial está puesta demasiado en los elementos del cosmos, de la naturaleza. Éstos causaron admiración a los presocráticos, a Platón, a Aristóteles y al mismo medioevo cristiano. Sin embargo, a lo largo de la historia de la filosofía y especialmente en la modernidad, la admiración ha pasado del cosmos al conocimiento. Nos admiramos del cosmos, nos admiramos de conocer al cosmos y nos admiramos de la misma capacidad de conocer. Quizá estemos en un momento histórico donde la admiración se admire de sí misma, de su propia capacidad de dar origen a la filosofía, la cual es propia de nuestra naturaleza humana. Scannone, en un artículo sobre La irrupción del pobre y la pregunta filosófica en América Latina”[2], refiriéndose al hecho de la irrupción del pobre, señala que en este caso el inicio de la filosofía no parte del ego (como en el “ego cogito” moderno), ni del kósmos -como en la antigüedad-, sino de los otros: históricamente de los pobres (en quienes precisamente se manifiesta la carencia injusta de kósmos). Es interesante notar en este comienzo la admiración ante el otro, lo asombroso se encuentra en la carencia, pero una carencia que no debería estar, que no debería ser, la semejanza con el otro y el amor hacia el otro, en este caso en cuanto pobre, hacen comenzar el pensamiento. Es la connaturalidad espirada con el otro la que da inicio al filosofar.

Nuestro pensamiento, desde la connaturalidad, toma una misma senda en este razonamiento, pero no se detiene en el otro en cuanto pobre, sino en el otro en cuanto tal, pobre o no, en el otro en cuanto nos admira y está allí, como don, configurando nuestra intimidad como semejante que es y ante quien podemos salir a su encuentro. Es cierto que la carencia del semejante, del connatural, irrumpe fuertemente y conmociona, afecta en lo profundo, manifestando el ser como carencia, en uno, y como benevolencia en otro. Gratuidad de una presencia (el pobre) y gratuidad de un amor benevolente que se dirige hacia él no por un bien que encuentra sino por un bien que realizar.

La propuesta para los jóvenes y para todas las personas en general es que la filosofía comience desde la admiración, pero una admiración ante el otro. Hay un otro que es connatural, que guarda una proporción ontológica con nosotros y al que puedo conocer y amar en plenitud, desde lo humano a lo humano. No es el cosmos, ni es el propio conocimiento, sino eres tú, es tu rostro, es tu presencia la que nos admira y nos permite iniciar el filosofar, la reflexión del pensamiento[3]. Es un inicio particular, que brota de la experiencia, pero que permite un alcance universal. En ti, en tu rostro y en tu presencia, accedemos a la humanidad, accedemos al ser, a la belleza y a la bondad, accedemos a la verdad y a la unidad. Desde este ser humano concreto somos capaces de pensar, de filosofar, pero desde un pensamiento que está reglado por el amor. De tal modo, que ya el inicio del filosofar marca un aspecto crítico que se mantiene en todo el desarrollo del mismo. El pensamiento, para no ser manipulador del ser que piensa, ha de estar regulado por el amor al mismo, lo cual también permite mantener al pensamiento en la realidad amada. La inteligencia no puede pensar sin recurrir a la síntesis realizada en nuestra sensibilidad, la unidad humana de todas las potencias sensibles humanas, siendo esta síntesis una especie de esquematismo no solamente de orden cognitivo sino también de orden tendencial, amoroso. La realidad pensada debe ser una realidad amada para que sea correctamente pensada.

El inicio del filosofar desde esta perspectiva se centra en la admiración ante lo semejante que aparece en nuestro horizonte. Una semejanza que se conoce y que afecta, en especial esto último, que afecta y que desde la afección nos permite comenzar a filosofar. La admiración comienza porque el otro ha entrado en la propia intimidad conformándola de tal manera que se ha hecho uno con nosotros. Empleando la fórmula de Tomás de Aquino: como siendo uno con nosotros. Desde la unidad con el otro es que puedo filosofar, porque la realidad no sólo es conocida sino amada. Filosofar desde el corazón significa pensar al otro desde la unidad que conformamos por el amor, unidad que no debe entenderse como reciprocidad de amor, sino como amor benevolente que se da, que se brinda, sabiendo que puede o no darse la correspondencia. Es una apuesta, pero que no teme perder porque su recompensa, su premio, está en la misma capacidad de amar. Es más, casi como una extraña paradoja del mismo, mientras más benevolente sea, es decir, mientras más gratuitamente sea capaz de darse, más fácilmente se fecundará en reciprocidad. El inicio de la filosofía desde la connaturalidad supone abrirse al conocimiento filosófico desde el otro, el semejante que nos ha despertado el amor benevolente. El inicio del filosofar connatural supone la unidad de amor que, al decir de Tomás de Aquino, es una quasi-forma sustancial.

Considerando el inicio del filosofar en esta perspectiva, podemos interpretar que en el mundo griego la filosofía se fue desarrollando hacia la formación de escuelas (como la Academia platónica y el Liceo aristotélico) no solamente por una necesidad o facilidad de simple conocimiento, sino por la necesidad de compartir para pensar. Eran verdaderas comunidades filosóficas en donde se podía reflexionar desde el ejercicio de la connaturalidad o mutua unidad. Estos grandes maestros griegos forjadores de comunidades reflexivas y pensantes quisieron pensar la comunidad política de la misma manera, pero se encontraron con el egoísmo (o la mutua unidad puesta en peligro por la ira y el temor) de los que regían esos pueblos. Posteriormente a ellos y en tiempos muy convulsionados, la reflexión filosófica se custodió en las comunidades monásticas hasta que tiempos mejores permitieran la forja de las universidades, verdaderas comunidades educativas. El individualismo propio de la mirada moderna dejó al quehacer filosófico sin comunidad, en la fría objetivación conceptualizante que no reconoce comunidades reflexivas sino solamente el aislamiento del genio que no necesita de nadie para su propia reflexión. Quizá esa nefasta experiencia sirva para volver al ideal de comunidades reflexivas, comunidades filosóficas que compartan el pensamiento desde la propia vivencia en común, como sucede en muchos lugares a través de equipos de reflexión en diálogo mutuo, o también, a través del diálogo interdisciplinar. Basándonos en este pensamiento en el Colegio Español hemos incentivado este proceso de comunidad reflexiva. La primera experiencia sistemática la hemos realizado en 3º de polimodal en el eje 2 de Filosofía, con Antropología Filosófica, y Literatura, con la lectura del Quijote, como obra paradigmática que da inicio a la novela moderna y que al mismo tiempo es una obra cumbre de la literatura Española y Universal. La lectura del Quijote permite la reflexión filosófica acerca del mismo hombre, del papel de la mujer, la locura, el tiempo, el cambio de época, el valor de cada persona, la necesidad del otro para realizar el ideal, el valor de esfuerzo por encima del éxito, etc., pero lo más importante es que permite una lectura de la misma realidad de los jóvenes, cuáles son sus locuras, sus molinos de vientos que se levantan en su horizonte como gigantes, cuáles son sus ideales, sus esperanzas, cuál es el valor del tiempo para ellos, su postura ante la vida y ante la muerte, etc.

Una vez que nos hemos percibido en el curso como una comunidad pensante y descubrimos que la connaturalidad (la mutua unión) que espira al amor es percibida en nuestro interior como una armonía de nuestras potencias y facultades, emprendemos el camino de un pensamiento que brota de un corazón armonioso. Esta armonía del corazón es la garantía de la verdad del pensamiento.

Solamente desde la armonía que muestra la esperanza, en la búsqueda constante del bien del otro, es posible transitar la senda de una filosofía que parte y continúa pensando desde el corazón humano. Porque en todo sus pensamientos, en todos sus juicios y en todos sus razonamientos se hace presente la benevolencia que busca el bien de todos. Desde esta perspectiva, todo razonamiento es un razonamiento amoroso, es decir, un pensamiento que razona una realidad que ama y a la que desea hacerle el bien. Aquí se encuentra la verdad del razonamiento, la adecuación a la cosa, pero la adecuación no es posible sin respetar la semejanza, lo que es imposible sin el amor benevolente hecho esperanza de consumarse en gozo.

En el caso del hombre, aun el pensamiento más abstracto que pueda tener está lleno de afectos. No hablamos de aquellos afectos o pasiones formalmente considerados, sino del sentimiento básico que permanece en todo pensamiento fecundándolo y haciéndolo posible[4]. La armonía o no de todas nuestras facultades influye en el pensamiento e influye en la filosofía como tal. Estos sentimientos se perciben, usando una metáfora, como el perfume de una prenda. Viene con ella, adherido a la textura de la misma. En las distintas filosofías que han recorrido la historia del pensamiento podemos percibir, a pesar de la diversidad de planteamientos, como un perfume común que está de fondo, en su base o fundamento y que mediante el análisis que hemos efectuado sobre la connaturalidad buscada nos permite reconocer tres sentimientos básicos para el filosofar, el miedo, la ira y la esperanza.

Simplificando las cosas al extremo podemos señalar que el sentimiento del miedo se da en el hombre que mira solamente su propia incapacidad y fragilidad. Su pensamiento o razonamiento transita el camino de lo mediocre y de lo medido. Si consideramos la filosofía teniendo al miedo como sentimiento básico o fundante, podemos afirmar, con los matices que cada caso requiere, que así filosofaron los antiguos sofistas, junto a los escépticos, empiristas, pragmatistas y positivistas modernos. El miedo, sentimiento básico que permanece en su filosofía, los detiene en el camino del pensamiento profundo y en el análisis de las causas últimas del espíritu. Se detienen negando lo espiritual o declarándolo inaccesible, para dedicarse de lleno a lo que sus sentidos pueden palpar. La reflexión profunda de la filosofía es ardua para el camino del sentido solo.

El camino de la ira se da en el hombre repleto de sí mismo. En la ira el hombre sale de sí, al estilo del amor, en un éxtasis; pero no para ser uno con el otro”, sino para ser “uno sin el otro”. El amor busca la unidad en una sola forma, la ira busca la unicidad, busca ser único, destruyendo la otra forma. En esta soledad del desprecio por el otro, reconocemos a algunas filosofías idealistas junto a todas las derivaciones totalitarias que engendraron en el transcurso de la historia. Es la abstracción más peligrosa, porque no se produce dejando caracteres individuales para obtener un universal aplicable a todos, sino que se deja de lado a los individuos para que solo quede el yo, propio e individual, que por ser único cree abarcarlo todo como si fuera universal.

El camino de la esperanza es el de una filosofía que busca pensar -a pesar del esfuerzo- en una integración armónica total a través del amor que busca consumarse en gozo. Las dificultades de la vida, de la sociedad en que se transita, transforman el deseo en esperanza y en audacia, transformando al filósofo en un hombre magnánimo y paciente. Una magnanimidad que mantiene siempre abierto el camino de la connaturalidad, que siempre sale de sí en amor benevolente, que jamás se encierra en sí misma para poder filosofar captando al ser en su plenitud, en sus mismas fuentes. La imagen o la figura modélica es el Sócrates presentado por Platón en su Apología, en donde el Sabio griego manifiesta un amor benevolente supremo hasta la entrega de la propia vida. En un mundo de sofistas temerosos y de críticos jueces encerrados en sí mismos, Sócrates, el Magnánimo, es peligroso y se lo condena a morir. Sin embargo, la misma muerte en coherencia y como fruto delicioso de la propia vida, abre el corazón y la mente de muchos. La muerte de Sócrates afecta el corazón de muchos de sus contemporáneos y les dona la capacidad de pensamiento. Muestra una filosofía peligrosa a la par que gozosa. Peligrosa porque puede terminar con la propia vida, pero gozosa porque la entrega es voluntaria, fruto de la benevolencia.

Así podemos transitar el estudio sistemático de todas las ramas del tronco común de la filosofía, buscando pensar desde la armonía de los afectos propios y buscando la armonía con los demás con un amor benevolente que piensa desde el bien que se posee hacia el bien que todos deseamos poseer.


Bibliografía

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La metáfora viva, Buenos Aires, Aurora, 1977, 469 págs. Traducción de La métaphore vive, París, Seuil, 1975, por Graziella Baravalle.

Lo voluntario y lo involuntario, vol 1: El proyecto y la motivación, vol 2: poder, necesidad y consentimiento, Buenos Aires, Docencia, 1986, 530 págs. Traducción de Philosophie de la volonté. Le volontaire et le involontaire, Paris, Aubier, 1960, por Eugenio Gómez de Mier.

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Sí mismo como Otro, Madrid, Siglo XXI, 1996, 415 págs. Traducción de Soi-même comme un autre, Paris, Aubier, 1990.

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Tiempo y narración. Configuración del tiempo en el relato histórico (vol. 1), Madrid, Ediciones Cristiandad, 1987, 378 págs. Configuración del tiempo en el relato de ficción (vol. 2), Madrid, Ediciones Cristiandad, 1987, 268 págs. Experiencia del tiempo en la narración (vol. 3), Madrid, Ediciones Cristiandad, 1987. Traducciones de Temps et récit, Paris, Seuil, 1985, por Agustín Neira.

SCANNONE, J.C., La irrupción del pobre y la pregunta filosófica en América Latina, en J.C. SCANNONE, M. PERINE, comp., Irrupción del pobre y quehacer filosófico. Hacia una nueva racionalidad, Buenos Aires, Bonum, 1993.

-----------------------, La lógica de lo existencial e histórico según Karl Rahner, Stromata 34 (1978) págs. 179-194.

SCHELER, M., Esencia y formas de la simpatía, Buenos Aires, Losada, 1943.

TOMÁS DE AQUINO, Opera Omnia, a cura de Roberto Buza S.J., Roma, IBM, 1980, 7 vol.



[1] IPPOLITI, R., Santo Tomás de Aquino y Paul Ricoeur en diálogo. La imaginación y la afectividad humana. ¿Es posible una filosofía, desde, por y en los afectos?, San Rafael, Kyrios, 2005.

[2] en J.C. SCANNONE, M. PERINE, comp., Irrupción del pobre y quehacer filosófico. Hacia una nueva racionalidad, Buenos Aires, Bonum, 1993, pág. 133.

[3] Ricoeur señala la necesidad de encontrarnos frente a frente con el otro para poder filosofar plenamente diciendo: La reflexión transcendental es una reflexión que parte de la cosa, una reflexión sobre las condiciones de posibilidad de la objetividad de la cosa. Esa es su fuerza y también su limitación. Su fuerza, porque rompe el círculo de lo patético y abre la dimensión propiamente filosófica de una antropología. Y su limitación, porque el universo de las cosas no es aún más que la osamenta abstracta de este mundo de nuestra vida. Para sacar un mundo de esa osamenta, hace falta rellenarla de todos los aspectos afectivos y prácticos, de todos los valores y contravalores inherentes a él, y que constituyen todo su atractivo o toda su repulsión, todos los obstáculos, todos los caminos, todos los medios, útiles e instrumentos que hacen la vida practicable o impracticable, y, en todo caso, ardua. Lo que más se echa de menos en ese complejo de cosas es el enfrentamiento cara a cara de las personas con las que trabajamos, luchamos y alternamos, y que se destacan sobre ese horizonte de cosas, sobre esa decoración de objetos valorizados y pragmáticos, como otros tantos polos de subjetividad, de aprehensión, de valorización y de acción. ((Finitud y culpabilidad. Libro 1°: El hombre lábil, Madrid, Taurus, 1969, pág. 90). Es importante destacar que la síntesis de la persona es una proyección al modo de un objeto, es conciencia de sí en la representación ideal del yo” (Idem, pág. 120), es una proyección que yo me represento y que me propongo como algo opuesto a mí y que esa proyección de la persona es una síntesis realizada, al estilo de la cosa, pero de una manera absolutamente irreductible” (Idem, pág. 121). Esta síntesis es la que me permite cualificar de humano a lo humano manifestado empíricamente. “Es una forma simple” que “impone de golpe una síntesis” (Idem, pág. 123). La genialidad de este descubrimiento es que la síntesis se da al modo de la síntesis del conocimiento pero no en el conocimiento. No es la realidad capaz a la vez de manifestárseme afectándome en mi receptividad y de ser traducida y precisada en una palabra articulada” (Idem), sino una síntesis de finalidad de mi acción que fuese al mismo tiempo una existencia” (Idem). Esta existencia denota presencia y la presencia me habla de alguien y no de algo, por eso es persona y no cosa, es la síntesis que me permite experimentar la compañía y no la soledad espantosa de un mundo sólo de objetos. Este alguien encontrado en la síntesis práctica es un fin en sí mismo, es decir, que posee valor por sí mismo, sin subordinación a ningún otro. Y, al mismo tiempo, una existencia tangible, comprobable, o mejor todavía, una presencia con la que entramos en relaciones de comprensión mutua, de intercambio, de trabajo, de compañía (Idem). Ricoeur siguiendo, como él dice: de una manera poco ortodoxa a Kant, señala que para conocer especulativamente a las personas como personas es necesario realizar la síntesis práctica que denomina Respeto (Idem, págs. 127-128). Cf., J.C.SCANNONE, Nuevo punto de partida..., op. cit., Primera parte: Un nuevo punto de partida en la Filosofía Latinoamericana, págs. 15-39.

[4] Esto que llamamos sentimientos básicos puede corresponder a lo que Heidegger llama Stimmungen, temples de ánimo, o sentimientos fundamentales (Grundstimmungen). Tales son el caso de la angustia en el mismo Heidegger o la esperanza en Marcel. En nuestro trabajo lo tuvimos en cuenta al hablar con Ricoeur de sentimientos “amorfos” o “atmosféricos” en II, 1.5.2.D.-. Ricoeur lo trata para el caso del poema cuando habla de la metáfora y lo llama “mood” siguiendo a Northorp Frye, quien lo define en relación al poema diciendo: “la unidad de un poema es la unidad de un estado de ánimo (mood)”. El autor francés explica: “Bajo el nombre de mood es introducido un factor extra-lingüístico que, aunque no debe ser tratado psicológicamente, es el indicio de una manera de ser. Un estado de ánimo es una manera de encontrarse en medio de la realidad. Es, en el lenguaje de Heidegger, un modo de encontrarse entre las cosas (Befindlichkeit)”. La metáfora viva, Buenos Aires, Aurora, 1977, 469 págs. Traducción de La métaphore vive, París, Seuil, 1975, por Graziella Baravalle, págs. 342-343. Para una explicación más detallada del mood, cf., en la misma obra, págs. 338-341.