Lo interesante de los filósofos es entenderlos como hombres
cercanos a nosotros que caminan a nuestro lado, que podrían hoy tomarse un
colectivo, salir de paseo, o encontrarlos tomando un café en pleno centro
mendocino.
No es habitual tener conversaciones profundas. Discutimos
mucho en nuestros tiempos, pero esas discusiones pueden parecer irrelevantes.
Si nuestras disidencias pasan por si es mejor Ríver que Boca, si el más grande
de Mendoza es Godoy Cruz o Independiente, o si el color de la temporada es rojo
o violeta, no obtenemos otro placer que argumentar por argumentar sin
fundamentos ni razones que la propia subjetividad. Porque en definitiva quién
es de Ríver lo seguirá defendiendo aún descendido a los infiernos y quién gusta
de la ropa roja le interesará un rábano que se esté usando el violeta como
color de moda.
Sin embargo estas superfluas discusiones nos muestran un
arte asentado en la naturaleza humana desde sus orígenes remotos. El ser humano
gusta de defender sus ideas, argumentar a su favor y sentir la libertad de sentirse
poseedor y dueño de lo que piensa.
Los antiguos filósofos griegos también discutían de
pequeñeces, y así vemos que griego Aristófanes, en su comedia las nubes, coloca
en tono de broma las discusiones filosóficas de la época sofista pero termina
interpelando al público que no se discuta sobre la justicia y la injusticia
porque todos somos injustos y ninguno está en derecho de pregonar qué cosa es
la justicia. Las pequeñeces podían transformarse en grandes discusiones e intentar
cambiar el mundo aún desde la comicidad y la risa.
Es mi intención acercarles en mis próximas entradas blogeras
las discusiones filosóficas clásicas y mostrar cómo siguen estando presentes en
los problemas de nuestro tiempo. Quizá podamos pensar otros espacios, otros
tiempos y otras maneras más humanas de ver la vida y lo que nos rodea.
Pronto nos encontraremos con las discusiones modernas. Un saludo a todos.
Rubén
Pronto nos encontraremos con las discusiones modernas. Un saludo a todos.
Rubén